MARC SIMÓN
Subdirector General
“Las oportunidades que nos da la transformación digital deben servir para tener una sociedad más cohesionada”
Introducción
La digitalización supone un cambio drástico de época. En eso coinciden todos los expertos consultados para el presente estudio, que utilizan expresiones como “desestructuración y nueva estructuración”, “nuevo para-digma”, o “transformación radical” para describir lo que está pasando.
Nos encontramos solo al comienzo de un camino incierto cuya única constante es la creciente velocidad de la innovación. Resulta difícil imaginar cómo trabajaremos, nos comunicaremos, nos entretendremos o nos formaremos dentro de apenas diez años. Desconocemos qué herramientas emplearemos o qué industrias generarán los puestos de trabajo del futuro. “Por primera vez en la historia estamos ante procesos potencialmente irreversibles”, advierte Federico Mayor Zaragoza, director general de la UNESCO entre 1987 y 1999, ministro de Educación y Ciencia durante los años 1981 y 1982, eurodiputado en 1987 y presidente de la Fundación para una Cultura de Paz.
Este incierto porvenir provoca no pocos miedos, pero resulta esperanzador en otros muchos sentidos. Los miedos son por todos conocidos: ¿está generando el progreso tecnológico mayor desigualdad social?; ¿Cómo garantizar que la inteligencia artificial mantenga una cierta calidad ética?; ¿Qué límites deberíamos imponer a la innovación genética?; ¿Cómo se estructurarían nuestras vidas si la automatización acabara con los puestos de trabajo?; ¿Qué será de todas aquellas personas que no dispongan del talento o de las capacidades para competir en una economía ultraglo-balizada y basada en una meritocracia extrema?
Pero no deberíamos olvidar los muchos progresos recientes de la Humanidad, donde las nuevas tecnologías pueden continuar contribuyendo de forma decisiva. Pese a la persistencia de gravísimos problemas de hambre y acceso a servicios básicos como la salud y la educación, el mundo es hoy un poco mejor que décadas o siglos atrás. El volumen de personas viviendo en condiciones de extrema pobreza se ha reducido, el acceso a agua potable ha mejorado, la mortalidad infantil ha caído y la esperanza de vida global media se ha incrementado de forma notable.
El mundo ha cambiado para siempre, y la revolución no ha hecho más que empezar.
Existen dos tipos fundamentales de innovación: la disruptiva, que implica un cambio radical en los hábitos de las personas, y la evolutiva, que supone un avance frente a lo que había.
La disrupción no suele surgir de una idea inédita e insólita. En la mayoría de los casos, nace de la combinación original de elementos ya existentes. Un buen ejemplo de ello es Uber. Por separado, ninguno de sus elementos es en sí mismo revolucionario (una app móvil, un sistema de gestión de flotas, un GPS, una solución de pagos móviles, etc). Juntos, en cambio, consiguen cambiar las reglas del juego de la movilidad urbana. Y lo hacen, además, a una velocidad arrolladora.
Resulta ilustrativo ver todo lo que ocurre en internet en un minuto:
La mayoría de cambios que experimentamos actualmente están vinculados al papel de internet como desintermediador y re-intermediador. Google en la publicidad, Amazon en el comercio, Netflix en el vídeo, Booking en las reservas de hoteles… La disrupción digital lleva a una reordenación del mundo y de la riqueza, dando lugar a nuevas élites y a unas reglas del juego radicalmente diferentes. En la era digital, la dicotomía socialismo/capitalismo propia de la Revolución Industrial desaparece.
Caen también las barreras de entrada. Hoy, el primer vendedor de libros del mundo (Amazon) no tiene ni una sola librería. El mayor divulgador de noticias (Facebook) no tiene periodistas en sus filas. El mayor arrendador de habitaciones (Airbnb) no tiene inmuebles de su propiedad. Esto es solo el principio. Nos dirigimos hacia una “uberización” del mundo, donde unas pocas plataformas digitales comercializarán los productos y servicios de una infinidad de proveedores.
“El futuro ya está aquí, lo que ocurre es que no ha sido equitativamente distribuido”
Hacia un mundo smart
En pleno año 2019 puede parecer que queda poco espacio para la disrupción. Nada más lejos de la realidad. El desarrollo de la inteligencia artificial -aún en una etapa muy incipiente- y del Internet de las Cosas abre un mundo de posibilidades. “Las ventajas derivadas de añadir inteligencia a objetos inertes serán cientos de veces más disruptivas para nuestras vidas que las transformaciones resultado de la industrialización”, opina el co-fundador de la revista Wired, Kevin Kelly, imagina en su best-seller The inevitable.
Prácticamente todos los objetivos de nuestra vida cotidiana son susceptibles de convertirse en objetivos inteligentes o smart. Los electrodomésticos, los muebles, los coches, la ropa… La sensorización del mundo generará ingentes volúmenes de datos, cuya correcta recogida, almacenamiento y procesamiento dará lugar a servicios ultra-eficientes y ultra-personalizados. El big data apenas ha demostrado una centésima parte de su potencial.
Aquí se abren dos grandes incógnitas: ¿serán los ciudadanos capaces de absorber tal cantidad de nuevas innovaciones? Y por otra parte, ante la rapidez con la que cambia el mundo, ¿cómo podemos estar seguros de que las innovaciones tecnológicas del presente determinarán un mundo mejor en el futuro?
1.2. La creciente velocidad del cambio
Booking, Facebook, Airbnb, Netflix, Tesla, Uber… Ninguno de ellos existía en los albores de este siglo. He aquí el gran desafío: la creciente velocidad del cambio.
Históricamente, un invento disruptivo tardaba diez años desde que nacía hasta que se convertía en un producto de masas. En la era digital, los tiempos se acortan cada vez más. Las nuevas tecnologías hacen posible que una empresa de nueva creación (start-up) cree un producto disruptivo y lo distribuya globalmente en un plazo muy breve de tiempo digital.
Las herramientas digitales no solo aportan difusión. Además, el coste del almacenamiento se reduce exponencialmente, democratizando el análisis de datos, que permite a su vez la creación de innovadores modelos de negocio. La disrupción digital, en gran medida, se basa en saber aprovechar grandes volúmenes de datos para reinventar algo.
El divulgador americano Steve Johnson postula en su libro Where good ideas come from (2010) el ocaso de la “Regla 10/10”. Según esta teoría, todo avance –que no sea una simple mejora tecnológica– tarda diez años en pasar de una idea a un producto final, y otros diez años en alcanzar el mercado de masas. La regla se iba cumpliendo –Johnson pone el ejemplo de la industria de la televisión– hasta que llegó YouTube, en el año 2005. El portal de vídeo online consiguió pasar de concepto a superar los 30 millones de vídeos vistos al día en apenas dos años. “Pasar de la televisión analógica a la alta definición es una evolución, no una disrupción: hay más píxeles, el sonido es más inmersivo, los colores son más intensos. Pero las personas ven la televisión de alta definición (HDTV) de la misma manera en que lo hacían antes. YouTube, por su parte, alteró radicalmente las reglas. Ya no te sentabas y veías un programa, también podías subir tus propios vídeos, recomendar contenidos a otros y debatir sobre éstos”, expone el autor, antes de concluir: “YouTube es significativamente más innovador que la televisión de alta definición, a pesar de que ésta resuelve un problema técnico más complejo”.
Bajo esta misma premisa, y siguiendo con el ejemplo de la televisión, otras innovaciones posteriores, como el blu-ray, no ofrecen un beneficio suficientemente relevante en la experiencia de uso que precipite un cambio en los hábitos de las personas. Los portales de suscripción como Netflix, en cambio, sí aportan un valor diferencial.
Otra conocida teoría, la Ley de Moore, establece que, cada dos años, se duplica el número de transistores que caben en un circuito integrado. En palabras más simples: la tecnología tiende a multiplicar su rendimiento y a dividir su coste con el paso del tiempo. El autor de esta tesis fue Gordon E. Moore en el año 1965. Tres años después, Moore fundó junto a Robert Noyce la empresa Intel, que aún hoy es el líder mundial del sector de microprocesadores. Su ley ha marcado el destino de la industria tecnológica durante cinco décadas, si bien la capacidad de reducir el tamaño de los chips tiene un evidente límite físico. Aseguran desde Intel que, como mínimo hasta el año 2023, su legado será incuestionable.
Para que una idea se convierta en una innovación disruptiva, ésta debe solucionar una necesidad de la sociedad. Eso requiere un trabajo de ideación, planificación, validación de hipótesis, experimentación y, por último, iteración con el público objetivo. En este sentido, la innovación es un acto espontáneo, ni solitario. “La capacidad innovadora de las personas se educa”, recordó Fernando Trías de Bes, mentor del área de creatividad e innovación de la Fundación Human Age Institute (ManpowerGroup), en una conferencia organizada por la Fundación I+E. “Muchos baby-boomers que han sido enseñados en el método creen que es tarde para ellos. Pero no necesitamos capacidades nuevas para ser creativos. Simplemente, aplicar esas capacidades (memorizar, resolver, la capacidad analítica, etc.) de manera diferente”.
“Las pequeñas innovaciones, o innovaciones graduales, son tanto o más importantes que las disrupciones. Aún más, una entidad no acostumbrada a hacer pequeñas innovaciones fracasará en su intento de crear un producto disruptivo”, sostuvo. Y añadió un último consejo: “Las mejores organizaciones son aquellas que proponen muchas ideas y son muy buenas descartando. Inevitablemente, la I+D lleva asociada un porcentaje de fracasos”. Se trata, por lo tanto, de hacerse las preguntas adecuadas, definir los consensos comunes, proponer gran cantidad de ideas y, por último, saber identificar o moldear las mejores.
“Se puede ser creativo en solitario, pero no se puede innovar en solitario”
Siete de cada diez españoles se conectan a internet a diario. El porcentaje de hogares y pequeñas empresas con acceso a banda ancha fija es superior al 85 por ciento en la mayoría de Comunidades Autónomas, lo que abre oportunidades para acceder a más y mejor información, emplear o desarrollar nuevos servicios digitales, y ganar en eficiencia y productividad. En resumen, España cuenta con una infraestructura tecnológica muy desarrollada, y progresa de forma lenta pero constante en el desarrollo de servicios digitales innovadores y en la capacitación digital de los ciudadanos.
“España es uno de los países más avanzados en cuanto a despliegue de redes de banda ancha, con la tercera red de acceso mediante fibra más extensa entre los países de la OCDE y una cobertura de banda ancha de acceso móvil 3,5G que alcanza a la totalidad de los hogares españoles, mientras que la cobertura 4G (LTE) llega al 97 por ciento”, constata el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, en la última edición del informe Sociedad digital en España, elaborado por la Fundación Telefónica.
Movilidad
Además de infraestructuras de red, España es uno de los países del mundo con mayor penetración de smartphones (móviles conectados), y el primero en Europa. En parte, este hecho es herencia de los subsidios que durante años otorgaron las operadoras de telecomunicaciones, a cambio de un tiempo mínimo de permanencia. Asimismo, la cobertura 4G alcanza ya al 94 por ciento de los hogares españoles, según la Fundación Telefónica. En este contexto, gigantes tecnológicos como Samsung, Alibaba y Xiaomi han elegido España como primer país europeo para desplegar operaciones o lanzar nuevos productos.
Comercio electrónico
Aunque España no arrastraba una gran tradición de venta por catálogo, como otros países europeos, la comodidad, la disponibilidad 24/7 y el amplísimo catálogo que ofrece internet impulsa las ventas a través de internet. Y lo ha hecho echando abajo muchas de las teorías clásicas del management. Entre ellas, la Ley de Pareto, que establece que el 20 por ciento de los productos genera el 80 por ciento de los ingresos de una empresa. Amazon demostró que, en internet, es posible hacer dinero apostando por el long tail, pues no es necesario disponer de todos los productos en stock.
Hoy, dos tercios de los europeos entre 16 y 54 años son usuarios frecuentes del comercio electrónico, según la Fundación Telefónica. En España, el volumen de negocio de las ventas online crece del orden del 20 por ciento año a año, y los compradores utilizan 1,4 dispositivos de media para hacer sus compras online, según estimaciones de Ditrendia.
Videojuegos
Hay quien atribuye los videojuegos al entretenimiento de unos pocos, la mayoría de ellos jóvenes. Nada más lejos de la realidad. Casi cuatro de cada diez adultos en España juegan a videojuegos, según la patronal del sector AEVI. Entre los hombres con hijos, el porcentaje es del 42,2 por ciento y entre las mujeres con hijos, del 36,9 por ciento.
Se trata de una industria relevante para España. Los videojuegos mueven más dinero que el cine, la música y los libros digitales, juntos. En total, en 2016 generaron una facturación en España de 1.163 millones de euros.
Por otra parte, no todos los videojuegos se emplean para el ocio. La gamificación se ha demostrado muy eficaz en entornos de aprendizaje de idiomas, formación para discapacitados, teleasistencia, etcétera.
Pero si hay un fenómeno que representa lo rápido y profundo que es el cambio social, son los eSports. Los eSports (en español, deportes electrónicos o ciberdeportes) consisten en espectáculos donde miles de personas siguen en directo cómo juegan varias personas a un mismo videojuego. En 2016 generaron 280.000 millones de dólares en publicidad. En 2017 superaron los 385 millones de espectadores, más que la Super Bowl. En España, se estima que más de 4 millones de jóvenes son seguidores de eSports, y la cifra crecerá hasta los 7 millones para 2020.
Datos abiertos
España es también un país tecnológicamente destacado por su capacidad para asimilar e implementar políticas de datos abiertos (open data). Aquí la palabra clave es capacidad: no todas las administraciones públicas han dispuesto todavía los recursos necesarios para compartir con la ciudadanía su información de carácter público, de una forma comprensible, manejable y extraíble.
La información abierta favorece la transparencia y la gobernanza responsable de un país, pues es la base sobre la que trabajan los organismos de control y la prensa, y abre la puerta a que los ciudadanos participen en la vida pública. Por otra parte, la reutilización de esos datos contribuye a la creación de nuevos productos y servicios, que generan nueva actividad económica (por ejemplo, el acceso a la cartografía de los municipios permite a empresas como TomTom diseñar servicios de navegación por GPS).
En la sociedad actual conviven cuatro generaciones:
Todos ellos configuran el panorama social y empresarial, comparten espacio, obligaciones y responsabilidades, pero viven y trabajan de manera diferente. El salto generacional se hace evidente en lo que respecta al manejo de las nuevas tecnologías. Así, los nativos digitales presentan algunos rasgos diferentes a los inmigrantes digitales. Son, en primer lugar, tremendamente impacientes. Habituados al uso de herramientas instantáneas (Google, Wikipedia, redes sociales, WhatsApp, etcétera), esperan inmediatez en la respuesta hacia una queja o solicitud de información. Al mismo tiempo, esperan recibir de las instituciones un trato humano, entendiendo como tal una respuesta adecuada a sus necesidades y en un tono informal pero efectivo. No es cierto que no sean fieles a las marcas; lo son, siempre y cuando la experiencia de compra demuestre estar a la altura. Exigen, en otras palabras, reciprocidad a su lealtad.
La misma reciprocidad la exigen en el entorno de trabajo. Las Generaciones Y y Z no comparten las formalidades empresariales, ni están dispuestos a pasar en la oficina más horas de las necesarias. En cambio, valoran la flexibilidad de horarios y la capacidad para conciliar, así como la posibilidad de tomar sus propias decisiones. Para los millennials, un empleo no es una simple forma de vida, sino un lugar en el que desarrollarse como profesionales y como personas. Por eso, una compañía no solo debe ofrecerles una determinada proyección sino, fundamentalmente, contar con unos valores con los que se puedan sentir identificados. Los jóvenes quieren hacer propios los valores y cultura de la empresa para la que trabajen.
Este tipo de exigencias chocan en muchas organizaciones. Sin embargo, no debemos olvidar que las Generaciones Y y Z representan ya un porcentaje considerable de la sociedad. Para 2025, compondrán el 75 por ciento de las plantillas de las empresas, según Deloitte. Asimismo, el mayorcompromiso social de los jóvenes repercutirá favorablemente en la sociedad y el medio ambiente, y obligará a las empresas que deseen atraer el mejor talento a situar un bien común como su prioridad, al mismo nivel que la rentabilidad financiera.
Por supuesto, las características recién mencionadas representan generalizaciones. “No es una cuestión de edad sino de curiosidad, de actitud”, opina Ignacio Villoch, experto en innovación.
Las nuevas tecnologías son fuente de eficiencia y productividad. Al tiempo, internet abre la puerta a la internacionalización y a métodos para conocer mejor a los clientes, y la posibilidad de imaginar nuevos modelos de negocio. Hoy, la actividad digital representa el 20 por ciento del PIB mundial, porcentaje que irá en aumento. Se calcula que las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) son responsables de más del 40 por ciento del crecimiento anual de productividad en la Unión Europea, y de casi el 25 por ciento del impulso del PIB. Se estima también que un incremento del 10 por ciento en la digitalización puede llegar a producir un aumento del 40 por ciento en el PIB per cápita.
Otros cálculos apuntan a que, por cada euro invertido en banda ancha, el producto interior de un país gana 3 euros. A su vez, cada empleo creado en el sector TIC genera seis puestos de trabajo inducidos, la mayoría de alta cualificación. De ahí la importancia, por ejemplo, de que las operadoras de telecomunicaciones inviertan en desplegar redes más rápidas. La próxima generación de conectividad móvil, llamada 5G, será una realidad a partir de 2020 o 2021. De ella dependerá la explosión definitiva de tendencias tan significativas como el Internet de las Cosas o el coche autónomo.
Transformación digital, más que una moda pasajera
En los últimos tiempos, ha tomado fuerza el concepto de “transformación digital”. Esta no es sino una transformación acelerada o canalizada a través de herramientas digitales. En este contexto, surgen nuevas start-ups y oportunidades de negocio en ámbitos tradicionales como la banca (FinTech), los seguros (InsurTech), la construcción (PropTech) o los bufetes de abogados (LegalTech).
La transformación digital va mucho más allá de implantar ciertas tecnologías. Es un proceso complejo que implica cambios a nivel organizativo y, sobre todo, cultural. Instituciones y empresas se enfrentan al desafío de adaptarse a un entorno social muy diferente al que conocíamos a comienzos del siglo XXI.
La transformación digital de España es crítica, pues de ella depende que los ciudadanos alcancen la capacitación que requerirá el mercado laboral del futuro. Además, las empresas que no se digitalicen a tiempo o que no lleguen a comprender la profundidad del cambio que traerá la inteligencia artificial corren el riesgo de desaparecer. En cambio, apostar por la inteligencia artificial, lejos de canibalizar todos los puestos de trabajo, generaría a medio plazo mayor riqueza para todos. Según Accenture Strategy, una mayor inversión en inteligencia artificial podría elevar los ingresos de las organizaciones un 38 por ciento para el año 2022 e impulsar el empleo un 10 por ciento.
El entorno fundacional en su conjunto está llamado a adoptar algunas de las mejores prácticas que encontramos no sólo en el Tercer Sector, sino también en los entornos de la Administración Pública –en ámbitos como la disponibilidad de datos abiertos- y, sobre todo, en la empresa privada. “Las empresas ya no sirven a los clientes, sino que colaboran con ellos; no compiten con sus rivales, sino que se asocian con ellos; y no están limitadas por las fronteras del sector, sino que las ignoran”, remarca el informe Accenture Technology Vision 2016.
Siete requisitos para una transformación digital exitosa:
Tendencias actuales.
Economía colaborativa
Uno de los fenómenos más interesantes de la era actual es cómo internet ha multiplicado el trueque, la compraventa de segunda mano y el préstamo de bienes como el coche, la vivienda o la plaza de garaje (a cambio de dinero, eso sí). Estas prácticas, que tradicionalmente se acotaban a amigos y familiares, ahora se difunden libremente por el ciberespacio. Nacen así negocios como Airbnb, BlaBlaCar o Wallapop. Pero lo que es más sorprendente, según un informe elaborado en 2016 por la escuela de negocios NYU Stern y BlaBlaCar, los usuarios españoles confían antes en usuarios desconocidos de internet (siempre y cuando dispongan de un perfil completo) que en sus propios vecinos, compañeros de trabajo y contactos en las redes sociales.
Paradójicamente, en un momento en el que la confianza de la sociedad en la clase política y las instituciones está en mínimos, las personas sí confían las unas en las otras a través de internet. En 2017, el 21,4 porciento de los internautas españoles (es decir, más de 6 millones de personas) utilizó páginas web o aplicaciones móviles para acordar un alojamiento con otro particular, según la Fundación Telefónica. Entre los jóvenes de entre veinticinco y treinta y cuatro años, el porcentaje se eleva hasta el 28,3 por ciento.
Cloud computing
El cloud computing está desprendiéndose de la etiqueta de tecnología emergente a medida que la oferta de servicios de la industria ha madurado, y caen los miedos a cederle a un proveedor externo la salvaguarda de información, aplicaciones o la infraestructura tecnológica de empresas y ciudadanos. El cloud no es sino una modalidad informática por la cual la tecnología es proporcionada por un proveedor, en remoto. El modelo de pago por uso asociado al cloud computing permite a empresas y ciudadanos acceder a las últimas tecnologías sin la necesidad de acometer grandes inversiones. La nube ayuda a las pequeñas empresas y start-ups a reducir el tiempo que tardan en lanzar un producto o servicio al mercado, al poder contratar la capacidad informática o el software que necesiten de forma automática.
Por este motivo, el cloud computing representa uno de los pilares de la transformación digital. Según la consultora especializada Penteo, aproximadamente el 60 por ciento de las empresas españolas ya está en la nube.
Big data
Es el concepto tecnológico del momento. Un término para el que no existe una traducción clara (¿grandes datos?, ¿datos masivos?) y que no siempre se aplica de forma correcta. Se trata de hacer cosas a partir del análisis de inmensas cantidades de información, que simplemente no son posibles con volúmenes más pequeños. El informe Digital globalization: The new era of global flows del McKinsey Global Institute apuntaba hace unos meses que el flujo de datos internacionales se ha multiplicado al menos por 45 desde 2005. Analizando grandes volúmenes de información es posible extraer patrones de comportamiento e identificar mejor las necesidades de las personas. En ocasiones, la correlación de datos permite descubrir patrones sorprendentes. El gigante estadounidense Walmart estableció, cruzando su base de datos de ventas con información meteorológica, que sus cereales Kellogg’s Pop Tarts se vendían mejor los días de tormenta.
Es por este motivo que se escucha con frecuencia que “los datos son el petróleo del siglo XXI”. Las oportunidades de negocio, además, se hacen más atractivas a medida que la inversión necesaria para hacer big data (tecnologías de almacenamiento y análisis avanzado) se reduce exponencialmente.
Omnicanalidad
Hasta hace poco todos hablaban de la importancia de implantar estrategias mobile-first, que priorizan el canal móvil. Pero a medida que las compañías maduran en el ámbito digital, adoptan estrategias que tratan de unificar la experiencia de usuario y la imagen de marca en todos los canales, tanto online como offline (tienda física, web, web móvil, app, teléfono, redes sociales...). En definitiva, el entorno virtual no tiene más valor ni canibaliza necesariamente al físico, sino que ambos mundos se complementan.
Ciberseguridad y privacidad
El desarrollo tecnológico trae consigo nuevos riesgos. En 2016, el Foro Económico Mundial situó los ciberataques entre los riesgos con mayor probabilidad de ocurrencia y con un potencial de impacto elevado, al mismo nivel que el desempleo o la inestabilidad social, y por encima del terrorismo. En España, el 64,2 por ciento de los usuarios ha tenido alguna incidencia de seguridad, fundamentalmente spam, malware o ataques de denegación de servicios, según Red.es.
En cuanto a la privacidad, crece la concienciación general sobre la importancia y el valor de los datos personales. Pese a ello, se siguen produciendo filtraciones y usos indebidos de la información. Si bien los gigantes tecnológicos como Google, Amazon y Facebook destinan amplios presupuestos a la salvaguarda de los datos (al fin y al cabo, es su forma de vida), su tamaño global es, en sí mismo, un riesgo. Recientemente, una filtración de datos de Facebook afectó a 87 millones de usuarios estadounidenses. El análisis de sus perfiles sirvió a una consultora política llamada Cambridge Analytica para tratar de influenciar su voto durante las elecciones presidenciales de EE.UU. de 2016.
El concepto de la privacidad no es homogéneo entre personas de diferentes edades y orígenes socio-culturales. Paradójicamente, la Generación Z es la más consciente del valor de su privacidad, y nueve de cada diez jóvenes españoles de 14 a 19 años se muestra preocupado por esta cuestión. En este contexto, ganan protagonismo redes sociales donde el contenido es eliminado a las 24 horas de su publicación, como Snapchat o Instagram Stories.
El escándalo de Facebook, a examen
Facebook ha protagonizado un gran escándalo en la primavera de 2018 tras desvelarse que una consultora política llamada Cambridge Analytica había logrado acceder a los perfiles de 87 millones de usuarios de la red social, en su mayor parte sin su consentimiento, y había empleado esa información para generar mensajes que pudieran influir en su decisión de voto durante la campaña electoral de Donald Trump. La línea entre la publicidad lícita y la manipulación consciente es muy delgada. En cualquier caso, se trata de una práctica extendida en marketing. El escándalo provino del uso de dicha información sin el consentimiento de los usuarios. Del cruce de datos personales no sensibles, como por ejemplo a qué páginas oficiales de Facebook sigue una persona, se pueden inferir cuestiones como su orientación política y sexual, o su condición socio-económica. El consejero delegado de Facebook, Mark Zuckerberg, ha prometido reforzar los controles para evitar que sucesos como el de Cambridge Analytica vuelvan a suceder. La consultora, por su parte, se ha visto obligada a cesar todas sus actividades.
Tendencias emergentes
Inteligencia artificial
La minería de datos tradicional permite extraer patrones y proyecciones de futuro en base a hechos preconcebidos. La inteligencia artificial va un paso más allá y es capaz de interpretar o identificar cambios en los factores que determinan un resultado. Existen varias técnicas que tratan de alcanzar una verdadera “inteligencia” artificial. La más extendida es el Machine Learning, por la que la máquina aprende por sí misma, sin intervención del ser humano. Una ramificación del machine learning es el llamado deep learning. El portal especializado Xataka explica en qué consiste: “En deep learning, en lugar de enseñarle a ordenador una lista enorme de reglas para solventar un problema, le damos un modelo que pueda evaluar ejemplos y una pequeña colección de instrucciones para modificar el modelo cuando se produzcan errores. Con el tiempo esperamos que esos modelos sean capaces de solucionar el problema de forma extremadamente precisa, gracias a que el sistema es capaz de extraer patrones”.
La llamada “inteligencia cognitiva” suele combinarse con las técnicas anteriores, y define aquellas tecnologías capaces de procesar datos no estructurados, incluyendo texto (como correos electrónicos y documentación escrita), imágenes, voz y, próximamente, también vídeo. Además, “comprende” el lenguaje natural.
La inteligencia artificial es el futuro. Una máquina es capaz de procesar mucha más información que una persona, y por tanto puede ayudar a tomar decisiones de forma mucho más rápida, y realizar algunas tareas mejor que cualquier profesional. Por supuesto, hay cosas difíciles (pero no necesariamente imposibles) de automatizar, como la intuición, la creatividad y la empatía. El mayor valor se extraerá de la combinación de personas y máquinas, generando lo que desde Accenture denominan una “inteligencia aumentada”.
Realidad virtual y aumentada
La realidad virtual hace uso de cascos para ofrecer una experiencia inmersiva en un entorno virtual. Se emplea fundamentalmente para juegos, porque el usuario se evade completamente de la realidad, pero también ha demostrado su utilidad en ámbitos como la enseñanza y la formación de cirujanos, pilotos, deportistas de élite, etcétera.
La realidad aumentada, por su parte, es un concepto que define la superposición de información digital en el mundo real. El mejor ejemplo de realidad aumentada dentro del mundo de las gafas serían las Google Glass, que han vuelto al mercado enfocadas exclusivamente al mercado empresarial. La realidad aumentada se encuentra ya ampliamente implantada en entornos industriales donde los trabajadores necesitan las dos manos para operar, y en los rescates. También se aplica en algunos quirófanos, de forma que el cirujano pueda consultar dudas urgentes con un especialista procedente de cualquier parte del mundo.
Mientras, fórmulas intermedias entre la realidad virtual y la aumentada ganan presencia en el comercio. Leroy Merlín, por ejemplo, permite a los clientes de algunos de sus centros visualizar cómo quedaría su cocina.
Blockchain
El blockchain (cadena de bloques) podría revolucionar por completo internet. O como mínimo, alterar profundamente el rol que hoy ejercen las plataformas digitales de intermediación, como Uber, Airbnb, Amazon, etcétera.
Blockchain es la tecnología que subyace a las criptomonedas, pero ha resultado ser útil para mucho más que transferir bitcoins de forma segura. Básicamente, el blockchain permite realizar transacciones de cualquier tipo de forma fiable y segura, sin necesidad de que haya un intermediario de confianza. Los bancos fueron los primeros en empezar a estudiar las posibilidades de esta tecnología, que por un lado amenaza su negocio de intermediación, pero por otro les facilita comerciar con otros tipos de productos, como los contratos inteligentes (smart contracts).
En el sector industrial, se ha descubierto que este sistema hace posible la trazabilidad total de un producto, desde que se fabrica hasta que lo compra un consumidor final. Las Administraciones Públicas pueden aprovechar el blockchain para mejorar los procesos relacionados con los registros públicos. Las empresas eléctricas estudian la creación de un consorcio europeo para el trading energético. También resulta útil para proteger historiales médicos, el voto a distancia, las patentes industriales o los títulos de propiedad. Y, en internet, comienzan a aparecer start-ups que desintermedian a los desintermediadores. Es el caso de Arcade City, que ha lanzado su órdago contra Uber.
Internet de las Cosas
El Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) es un concepto que define la conectividad entre dos o más objetos, y no solo entre una máquina y una persona. Muy pronto, la maquinaria industrial, los electrodomésticos, el mobiliario urbano y hasta los coches podrán conectarse a internet para recoger, enviar y recibir datos. En otras palabras, el IoT es el paraguas bajo el cual se desarrollan 4 sub-tendencias: la llamada Industria 4.0, las smart cities, el hogar conectado y el coche autónomo. Para 2020, según Ericsson, habrá 50.000 millones de objetos conectados en el mundo.
El IoT será fuente de eficiencias y nuevos modelos de negocio. Un ejemplo manido es el del frigorífico que al detectar que se agotan los yogures, realiza un pedido de forma automática. Como veíamos anteriormente, el desarrollo de los servicios IoT más disruptivos dependerá de la implantación de redes de conectividad 5G.
Impresión 3D / fabricación aditiva
Más allá de la aplicación doméstica de la impresión 3D, el gran potencial radica en su versión industrial, también conocida como fabricación aditiva. Es lo contrario que la fabricación sustractiva de toda la vida. En lugar de pulir un trozo bruto de material, lo que se hace es ir depositando capas muy finas del metal en forma de hilo o polvo, creando poco a poco la forma tridimensional que se desea. Primer beneficio evidente: apenas se desperdicia material.
Existen varias técnicas para construir piezas metálicas usando una impresora 3D industrial. La más conocida emplea un láser que licua el polvo de metal, solidificándose casi al instante. Estas tecnologías ya se emplean en la construcción de ciertos componentes de los aviones A380, por ejemplo. Pese a que la velocidad de fabricación es aún menor que en la producción sustractiva convencional, el 3D resulta ideal para fabricar prototipos, piezas con formas poco ortodoxas, piezas industriales para reparaciones y mantenimiento, y pequeñas producciones just-in-time.
A más largo plazo, una vez que se resuelva la cuestión de la velocidad y la integridad estructural de las aleaciones, la fabricación aditiva podría suponer el fin de la deslocalización a Asia. En definitiva, la oportunidad para reindustrializar Europa y para cambiar la actual división Norte-Sur.
Transhumanismo
No solamente tendremos que aprender a convivir con robots. Nosotros mismos integraremos máquinas en nuestro cuerpo, convirtiéndonos en auténticos cíborgs. No estamos tan lejos de llegar a ese punto. Las tecnologías wearables (o vestibles), como relojes inteligentes, pulseras de fitness y gafas de realidad aumentada ya realizan esa función. Gracias a estos dispositivos, los seres humanos pueden tomar conciencia de su salud, calidad del sueño, objetos que le rodean, etcétera. En Bélgica y Canadá, varias empresas han probado a implantar chips subcutáneos entre sus trabajadores (de forma voluntaria), de modo que les sea más fácil abrir puertas, activar la impresora o acceder a su ordenador.
Computación cuántica
La computación cuántica es un área de aplicación de la física cuántica de enorme potencial a diez, veinte o treinta años vista. Estamos probablemente ante la mayor revolución tecnológica del siglo. En un ordenador cuántico, un único procesador sería capaz de realizar cálculos específicos “más rápidamente que todos los ordenadores clásicos de la Tierra juntos trabajando durante toda la edad del universo”, según José Ignacio Latorre, catedrático de Física teórica en la Universidad de Barcelona, investigador en el Center for Quantum Technologies de Singapur y autor del libro Cuántica. Tu futuro en juego (ed. Ariel, 2017). Esto es así porque es capaz de procesar todas las respuestas posibles a un problema, a la vez. En otras palabras, un ordenador cuántico consiste en un ordenador “masivamente paralelo”.
Los expertos creen que, durante muchos años, la computación clásica y la cuántica convivirán. La primera se encargará de ejecutar las tareas ordinarias, mientras que la cuántica realizará los cálculos paralelos, allá donde fueran necesarios.
Una de las primeras y más prometedoras áreas de aplicación de la computación cuántica será la química. La computación cuántica también llevará al descubrimiento de nuevas medicinas. Hay quien se atreve a vaticinar incluso el principio del fin del cáncer. Y en el campo de las finanzas, se cree que permitirá encontrar nuevas maneras de realizar modelizaciones de datos financieros y aislar factores de riesgo.
Las Humanidades sí importan en la era digital
Es innegable que un porcentaje creciente de las ofertas de empleo exigen capacidades digitales medias o altas. Pero a medida en que las estrategias de transformación digital de las organizaciones maduran, comprenden que el mayor valor se extrae precisamente de la combinación de personas y máquinas. A medida que la tecnología se vuelve más intuitiva, los algoritmos que hay detrás deben empaparse de cierta humanidad. Entre los equipos, a su vez, se demanda una pluralidad cada vez mayor de perfiles. Por eso, “los ingenieros puede que todavía acaparen los mayores sueldos, pero en Facebook o Uber, la guerra por el talento se ha desplazado hacia los puestos no tecnológicos”, constata un artículo de la revista Forbes.
“No podemos perder la interpretación humana de los datos. La información es aséptica, no entiende de ética”, expone un experto. “No todos tendremos que ser data scientists. En el futuro, también habrá espacio para filólogos, lingüistas, sociólogos y otros muchos perfiles humanistas”. En algunos casos, una misma persona reunirá capacidades técnicas y humanistas. “Soy mejor tecnólogo ahora que antes de estudiar Filosofía porque mi sensibilidad humanística ha evolucionado. Ya no veo solo el mundo a través de los ojos de una máquina para reducir toda la realidad a fundamentos lógicos. Ya no doy por hecho que las máquinas pueden solucionar cualquier problema de las personas. En su lugar pretendo que la tecnología facilite a éstas la búsqueda de una solución”, sostuvo en una conferencia TED Damon Horowitz, ex responsable de Ingeniería de Google.
Cada año se crean en el mundo miles de start-ups, de las que apenas una docena consigue convertirse en una gran compañía global, y apenas una o dos logran marcar la diferencia, cambiar nuestras vidas. Google ha alterado para siempre el modo en que buscamos información, Facebook ha creado una nueva forma de comunicarnos con amigos y conocidos, Twitter ha dado luz al “periodismo ciudadano” y Apple consiguió que hoy en día todos llevemos un smartphone en el bolsillo.
“Ya está todo inventado”. Esta frase se le atribuye a Charles H. Duell, director de la oficina de patentes de EE.UU. en 1899. Sin embargo, hay varios sectores donde aún no existe esa start-up que lo cambiará todo:
Hay muchas razones que explican por qué no hay un Google o un Amazon en Europa. En EE.UU., una start-up que quiera alcanzar a un mercado de 400 millones de personas tiene que hacer frente a una media de 35 piezas de regulación. En Europa, a 167. No tenemos un problema de talento ni de capital, sino regulatorio”, opina Javier Rodríguez Zapatero, exdirector general de Google en España y Portugal, y actual presidente y cofundador de la escuela de negocios digitales ISDI.
“Ya está todo inventado”
¿Vamos hacia un mundo mejor que el actual? ¿Es la tecnología parte del problema o de la solución a los grandes retos sociales del momento? Está en nuestras manos. “Solamente las personas que creen que el futuro será mejor se esforzarán por que así sea. Por el contrario, los que ven el futuro como una amenaza tratarán de boicotearlo, sabotearlo, retrasarlo, impedirlo”, sentencia Ignacio Villoch, experto en innovación.
“El miedo paraliza y te vuelve defensivo. El conocimiento, en cambio, resta miedo”, coincide Javier Rodríguez Zapatero, exdirector general de Google en España y Portugal, y actual presidente y cofundador de la escuela de negocios digitales ISDI. “Negar que la digitalización y las nuevas tecnologías van a generar un cambio de modelo es negar la mayor. Pero si estás digitalmente preparado, tendrás más oportunidades”, añade.
No nos podemos acomodar. En un entorno donde las tecnologías y los conocimientos quedan obsoletos cada vez más rápidamente, resulta fundamental apostar por una formación continua. “El aprendizaje se ha vuelto vitalicio. Dentro de 20 años, probablemente tendremos que reinventarnos cada cinco años. Desaprender para reaprender, una y otra vez”, concluye Rodríguez Zapatero
“Los despreciamos porque teniendo tanto, se han atrevido a tan poco”
Emprendedores sociales: start-ups para un mundo mejor.
Los emprendedores mueven el mundo. Pero dentro de éstos, hay una subespecie que contribuye especialmente a resolver los grandes problemas del mundo. Son los llamados “emprendedores sociales”. El impacto de estas organizaciones se mide por el número de vidas que han ayudado a mejorar. “Un emprendedor social puede ser un médico, un abogado… que decide por su cuenta poner remedio a un problema. El emprendedor social muchas veces no sabe que lo es. No hay edad para ello. Es más, a veces los mayores pueden aportar empatía, tiempo y ganas de seguir contribuyendo [a la sociedad]”, expone Antonella Broglia, experta en emprendimiento social.
Las fundaciones Ashoka, Ship2b y algunas otras representan los esfuerzos de miles de estos pequeños héroes. Instaurada en España desde 1981, Ashoka pone en contacto a start-ups sociales de todo el mundo y trabaja para generar demanda de un modelo educativo donde aprender a ser solucionadores activos sea una prioridad.
“Cuando soplan vientos de cambio, unos construyen muros y otros construyen molinos”
Javier Nadal
Presidente
Asociación Española de Fundaciones
Manuel Hurtado
Fundador y Presidente Ejecutivo de ComGo
Asociación Española de Fundaciones, Fundación Botín, Cáritas, IBM e it-willbe.org
Proyecto: ComGo
Marc Simón
Subdirector General
Fundación La Caixa
Proyecto: FRPTV